Imaginación situada en tiempos de crisis 402545

Ensayo 12 jun de 2025 436814

POR LARISA ZMUD

       

Belleza y Felicidad Fiorito, Argentina. Fotografía por y cortesía de la autora

Belleza y Felicidad Fiorito, Argentina. Fotografía por y cortesía de la autora

En un mundo donde el colapso ecológico y la crisis subjetiva avanzan en paralelo, Larisa Zmud reflexiona sobre cómo el arte puede ser un refugio y una herramienta de resistencia. Desde Buenos Aires, la autora analiza proyectos que reinventan la vida en medio del desastre, cuestionando nuestra adaptación silenciosa a la catástrofe.

“El agotamiento de los recursos naturales probablemente está bastante menos avanzado que el agotamiento de los recursos subjetivos, de los recursos vitales, que afecta a nuestros contemporáneos. Si tanto nos complacemos detallando la devastación del medio ambiente, es también para velar la aterradora ruina de las subjetividades. Cada derrame de petróleo, cada llanura estéril y cada extinción de una especie es una imagen de las almas en harapos, un reflejo de nuestra ausencia de mundo, de nuestra impotencia íntima para habitarlo”. Comité Invisible, A nuestros amigos1

Empiezo a escribir estas palabras desde Buenos Aires. En unos días de Mayo de calor fuera de lugar que ya no sorprende. Nos hemos acostumbrado al desastre, al colapso, como si fuera una estación más. La crisis climática ya no es una advertencia: es el telón de fondo de nuestras vidas. Y lo más inquietante es que la asumimos con toda velocidad, sin tiempo para el duelo, sin herramientas para el asombro. La vida se adapta, pero a veces esa adaptación implica una forma de derrota silenciosa. La distorsión climática nos atraviesa el cuerpo, mientras seguimos funcionando. Nos adaptamos tan rápido al desastre que olvidamos —también rápido— que nuestras formas de vida están íntimamente ligadas a la crisis. Crisis climática, económica, subjetiva. Una sensación de agotamiento que no se limita a los recursos naturales, sino también a los subjetivos, quedó en evidencia recientemente en las urnas. En las recientes elecciones legislativas de la Ciudad de Buenos Aires, la mitad de la población optó por no votar, mientras que, del otro 50%, un 30% apoyó al candidato de Milei: un voto carente de convicción.

Frente a un presente distópico, donde los discursos del 'no hay alternativa' ya no generan resistencia —ni intelectual, ni activa, ni de ningún tipo—, nos vemos arrastradxs, masivamente, hacia el más desolador de los mundos posibles (al menos para quienes seguimos, de algún modo, estando vivxs). Un mundo en el que triunfa la crueldad, donde el único valor es el económico, y basta eso para ser incluido  o descartado del inmediato mercado de afectos y valores. En los medios, las imágenes y noticias que consumimos nos subsumen en un abrumador agotamiento, ya no sabemos qué hacer, y si lo supiéramos no tenemos tiempo, ni energía para hacerlo. No podemos más. Parece no haber tiempo ni de ocio de calidad, esto es, para tomarnos un rato, para descansar, para encontrar refugio en los brazos, en las palabras de aliento de lxs amadxs, y así tomar fuerza para actuar. Este es el círculo vicioso, cada vez todo está peor, no hay alternativas, no tengo energía para crear ninguna alternativa, está todo peor, menos alternativas, menos energía, más soledad, individualismo, agotamiento, aislamiento… ¿cómo hacemos para enterarnos qué otras cosas pasan? ¿Cómo conocemos, para luego cuidar y comprometernos con estas otras experiencias existentes que activan y que revitalizan la vida y su dimensión vital y ética? 

Vista de las obras de Cozinha Ocupação 9 de Julho – MSTC durante la 35 Bienal de São Paulo, Coreografías de lo imposible. Fotografía por Levi Fanan. Imagen cortesía de la Fundação Bienal de São Paulo

Quizás el Comité Invisible tenga razón cuando afirma que «el agotamiento de los recursos naturales está bastante menos avanzado que el agotamiento de los recursos subjetivos». Cada ecocidio es también un síntoma anímico. Cada paisaje arrasado refleja una forma de mundo que se desmorona no solo afuera, sino dentro. Una devastación íntima, que hace del presente un lugar cada vez menos habitable.

En este presente turbulento, de neoliberalismos crueles, autoritarismos mezquinos, crisis ambientales, guerras, negacionismos y desesperanza, mantener el pensamiento crítico y la ternura es ya una forma de insurrección. Y en este escenario, el arte puede ser una trinchera, una herramienta y un refugio.

Ante esto, la pregunta no es solo qué puede el arte «frente al fin del mundo», sino algo más inquietante aún: ¿cómo seguir imaginando, deseando, actuando, en un estado de crisis permanente, en el que pensar el futuro parece de una ingenuidad sin precedentes? 

Recuperar la imaginación como potencia vital

La imaginación no es escapismo. No es redención estética ni promesa utópica. Es una potencia viva, situada, encarnada. Como plantea Suely Rolnik en Esferas de la insurrección, se trata de volver a apropiarnos del deseo: no como impulso consumista, sino como fuerza vital, como motor de invención colectiva. El deseo, cuando se activa, puede abrir grietas en lo dado, o puede ser capturado para reproducir infinitamente lo mismo, generando un anestesiamiento de la experiencia que amenaza toda posibilidad de pensamiento, curiosidad o alternativa.

El neoliberalismo, aliado inesperado de religiones reaccionarias y nacionalismos de mercado, no solo mercantiliza cuerpos y territorios. También captura lenguajes, emociones, identidades e impulsos. Coloniza el inconsciente. Convierte la subjetividad en una maquinaria de repetición del yo, sin un nosotrxs.

Por eso resistir hoy no puede ser solo denunciar ni oponerse formalmente al avance inaudito del “mismismo” imperante. Hace falta disputar terrenos más íntimos: el deseo, la sensibilidad, la imaginación. Esos terrenos fértiles, donde se germinan las micropolíticas de las que habla Rolnik, como brújulas éticas vitales que emergen de las ruinas del inconsciente, y revitalizan la vida (vaya paradoja) para no hundirnos del todo.

En ese horizonte, el arte es una práctica situada, una herramienta de intervención sensible, una forma de existencia. En un sur sudaka como el nuestro —herido por décadas de ajuste, violencia simbólica y material, abandono estatal y extractivismo— el arte no puede pensarse únicamente como objeto para colecciones ni como discurso para élites. Aquí, el arte es a menudo un gesto de supervivencia, un modo de seguir vivxs, un intento de sostener y generar comunidades cuando todo empuja al aislamiento.

No es el arte que representa el mundo: es el arte que lo imagina desde la insistencia. Desde el gesto compartido, desde el hacer que sostiene, desde el deseo que no se deja capturar.

A continuación, me adentro en tres experiencias que producen mundos posibles. Formas de existencia que desbordan el marco de lo artístico, porque no buscan representar la vida, sino hacerla vivible.

Eduardo Navarro en el refugio SOS de Uruguay alimentando a focas bebé huérfanas. Fotografía por Leslie Gómez

F.O.C.A. (Fundación Oceánica de Contemplación Amorosa) de Eduardo Navarro

«Como el agua, las palabras son como el agua, nunca desaparecen, van cambiando de sustancia. ¿Se acuerdan del gráfico que nos enseñan en la escuela primaria? Las gotas se juntan y arman nubes y ganan volumen y caen y bajan por la montaña y se congelan y se derriten y van por el río hasta el mar y la luna las mueve por la orilla y el sol las evapora y las sube al cielo, algún rincón entre los millones de kilómetros que llamamos cielo, donde otra vez se juntan y caen y así para siempre. Las palabras son como el agua, nunca desaparecen, van cambiando de sustancia: gaseosa escrita líquida oral gritada sólida cantada susurrada, pasando de un estado a otro infinitamente, atravesando personas y espacios para salir diferente. ¿Y si el sol que mueve las palabras-agua, en vez de ser la voz, es el acto de escuchar?» — Dani Zelko, Oreja Madre2

La obra F.O.C.A. (Fundación Oceánica de Contemplación Amorosa) del artista argentino Eduardo Navarro, es un experimento de disolución. Un intento poético y vital de desarmar la estructura de un yo moderno —humano, productivo y rectilíneo—, a través de ser una foca. Para ello, Navarro crea un traje que le permite «habitar como una foca, moverse como una foca, pensar como una foca»; respirar con esos cuerpos; escuchar desde sus lógica; ser rugoso, enorme, vulnerable. De esta manera, el artista (foca) se entrega (pero sobre todo se atreve) a suspender por un momento el mandato antropocéntrico de control y separación jerárquica humano-animal.

La foca —ese ser anfibio, elástico, sinuoso— se convierte aquí en aliada. En maestra. Su columna vertebral, capaz de moverse en todas las direcciones del espacio marino, se ofrece como metáfora de una percepción desjerarquizada del tiempo y del espacio. En el agua, la foca dibuja trayectorias imposibles: avanza, retrocede, gira, cae, vuelve. Su andar es un garabato tridimensional, un juego sin finalidad aparente, una coreografía de vínculos, y a la vez una forma de supervivencia. En este gesto se cifra una crítica radical al pensamiento lineal, finalista, utilitarista.

F.O.C.A. no se propone “imitar” a la foca, sino contagiarse de su lógica vital. Sumergirse en el océano como quien busca una comunión energética. Una práctica de «contemplación amorosa», como la llama Navarro: un modo de mirar que no separa al sujeto del objeto, que no sitúa a la humanidad en el centro, que no exige dominación ni utilidad.

Contemplar amorosamente, dice el artista, es disolverse en lo contemplado. Dejar que el mundo se mire a través nuestro. Y hacer posible, ser parte de, una fusión sensible donde el lenguaje no alcanza.

Eduardo Navarro en el refugio SOS de Uruguay alimentando a focas bebé huérfanas. Fotografía por Leslie Gómez

En este sentido, F.O.C.A. no es solo una obra sobre el océano, sino desde el océano, y desde él, el universo. Una especie de fundación poética —la Fundación Oceánica de Contemplación Amorosa— que no organiza capital, sino percepciones. Que defiende modos de estar en el planeta, enraizados en un territorio, y a través de él, en todos. Que propone un arte que se sumerge, emerge, respira con otros ritmos, se zambulle en lo no dicho y regresa —quizás— con algo indescifrable, y por ello, profundamente transformador.

Y es ahí donde reside su potencia micropolítica: en la capacidad de disolver la centralidad humana, abrir otros órganos de percepción, ensayar formas de empatía afectiva con lo que no somos. En tiempos donde todo empuja a la separación, F.O.C.A. propone una intimidad con lxs otrxs. Un modo de estar con —no encima, no afuera—. Un arte que contagia, que recuerda que el pensamiento puede fluir, como el agua, sin forma fija, sin jerarquía… 

Belleza y Felicidad Fiorito: imaginar desde el margen, cocinar formas de mundos

Fundado en 2003, Belleza y Felicidad Fiorito comienza como un taller semanal de arte para niñxs y adolescentes. A esta primera experiencia se le fueron sumando muchísimas otras y de ellas surgieron producciones de todo tipo y materialidad. Desde 2017 con el apoyo de Ni Una Menos, se incorporan talleres que acercan a Belleza y Felicidad Fiorito a las madres de estxs niñxs (que a su vez son exalumnas de los primeros años). Se dictan, en el marco de una capacitación en economía feminista: talleres de serigrafía, de poesía y violencia y de cocina, de este último nace el Comedor Gourmet. Los talleres tienen el objetivo de dar herramientas para llevar adelante sueños y para habilitar la expresión de sentimientos por fuera del reparto social, racista, clasista, machista, adultocentrista… de lo posible. Es decir, por fuera de las estructuras meritocráticas que el poder político tiene reservadas para las poblaciones más pobres de Argentina. Todas las personas que asisten a los talleres y actividades son becadas, las clases son 100% gratuitas e incluyen los materiales, como también la comida y los tuppers donde ella se reparte.

Belleza y Felicidad Fiorito no es una galería, ni una escuela, ni un comedor. O mejor dicho: lo es todo, pero también es otra cosa. Un dispositivo amoroso que se inventa a sí mismo en un margen de la historia, en un borde que fue sistemáticamente ignorado por el relato de la historia triunfante, del Estado, del país. En Villa Fiorito, en el sur del conurbano bonaerense, nace este proyecto fundado por Fernanda Laguna e Isolina Silva como una forma de insistir en la vida cuando todo empuja al exterminio.

Ensalada de papa realizada durante el Comedor Gourmet de Belleza y Felicidad Fiorito a propósito de sus 20 años. Imagen cortesía de la autora

Desde su origen —en el 2003 en el espacio del comedor infantil Pequeños Traviesos— Belleza y Felicidad Fiorito construyó una comunidad que cocina, dibuja, escribe, canta, ríe, se enoja, baila, pelea. Una comunidad que se sostiene en lo cotidiano, en lo que parece menor. Porque aquí la potencia no está en el objeto final, sino en el hacer compartido. Una tarta puede ser una obra. Un dibujo, una estrategia de resistencia. Un poema, un manifiesto.

Las prácticas que se producen en ByFF se multiplican. Son formas de crear mundo desde lo que sobra, lo que duele, lo que arde. En lugar de pretender representar la memoria colectiva —esa que se petrifica en los museos para consolidar la idea de una historia universal—, las obras creadas en Belleza y Felicidad Fiorito se conforman, nada más y nada menos, con no desaparecer. Con persistir como relatos de aquellas historias que, de otro modo, serían borradas sin más de la 'historia universal'.

Un ejemplo clave de esa apuesta es el Comedor Gourmet, una experiencia situada que nace del deseo de imaginar otros modos de compartir el alimento, el tiempo y el saber. Allí, un grupo de mujeres villeras y feministas cocina “comidas chetas” para todo el barrio, no como gesto de aspiración, sino como gesto de apropiación y transformación. Se mezclan sabores, colores, recetas y palabras. Se aprende, se inventa, se discute. Se hacen políticas del deseo con cebolla, con curry, con pan. Y en ese gesto, se abre una grieta en lo que parecía dado.

Como en la literatura de ciencia ficción feminista, donde el goce y la lengua arden en mundos posibles —femeninos, animales, desviados—, en el Comedor Gourmet también aparece una especie de ciencia ficción situada: una cocina donde lo imposible se vuelve cotidiano, donde el deseo se emancipa de la escasez, donde la historia no es una condena sino un campo de experimentación. 

Imagen cortesía de la autora

 Desde el año 2018, como curadora de arte especializada en estudios de género, coordino el Comedor Gourmet, que surge del deseo de las participantes de un taller de cocina que dí en Belleza y felicidad Fiorito en 2017. En ellos, nos reunimos a cocinar cosas deliciosas que nunca habíamos probado, aprovechando que contábamos con un subsidio para comprar lo que se nos ocurra. El nombre, Comedor Gourmet, fue una idea de las chicas que participaron del taller y desde ahí nos reafirmamos en la idea de lo gourmet, de la abundancia, de la felicidad para quienes parecen no tener permiso de esas cosas. Un plato de cocina hermoso, hecho con condimentos nuevos, servido con afecto y cuidado, que a muchas personas les parece un hecho irónico o frívolo, a nosotrxs nos parece un gesto vital del desacato y la locura colectiva que aparece cuando practicamos en el aquí y ahora cómo sería vivir en el mundo que nos gustaría. 

Sabemos que a muchas personas que viven en la precariedad, no les está permitido el derroche de la belleza. Quienes solo deben comer para sobrevivir, quienes no tienen permitido experimentar un hecho artístico y  deben vestir con ropa donada que nada tiene que ver con sus deseos o prácticas identitarias… Para nosotras el arte, un par de zapatillas, una canción en vivo, un poema, un collar de panes, un mural hermoso, son elementos que al compartirlos nos igualan, al menos por un rato. 

El Comedor Gourmet es mucho más que servir comida destinada a la supervivencia porque de alguna manera sabemos que la pobreza es estructural y no se resolverá, y probablemente empeore. Entonces una obra de arte o un plato de comida increíble, es un hecho político porque iguala clases sociales. Es un desacato, porque realiza movimientos de integración a través de compartir costumbres, gustos, juegos, de mezclar lo que “no pertenece”, para formar una interclase colaborativa nueva basada en lo compartido y la recuperación del placer en la comunidad. 

Imagen cortesía de la autora

Porque como dice Vir Cano:

«V: Vivir.A veces un infierno, a veces un remanso, en ocasiones un abismo, en otras un letargo; a como dé lugar, el embrollo en el que estamos inmersos, el desafío al que no podemos renunciar. Vivir como un problema,. Como advierte Haraway, como el conflicto en el que debemos permanecer, como una inquietud común o, en el mejor de los casos, una pre/ocupación colectiva. Vivir, como un destino al que estamos arrojadxs, pero también como una posibilidad, como una práctica, como un arte, como un aprendizaje. Vivir con y gracias a otres; y también vivir junto-a, antes-que y después-de otros tiempos, otros seres. Vivir con intensidad, con pereza, con apatía, con ternura, con crueldad, con ahínco, con ligereza, con temor, o con sosiego. Vivir, con todo lo que ello implica, pérdida, gasto, monotonía, sobresalto, cambio, riqueza, ausencia, distracción, placer, falta y exceso. Vivir, allí donde lo invivible se combate con más vida, con otras vidas, con otras maneras de habitar la vida-muerte-en-común, el viscoso umbral que nos pone a les unes en o con lx/s otrx/s.» — Vir Cano, Borrador para un abecedario del desacato

Y eso es exactamente lo que se ensaya en Fiorito. Una vida-muerte-en-común donde se mezclan el arte, la cocina, la palabra y la rabia para producir formas de existencia que resisten al olvido desde la creación más que desde la nostalgia, porque sabemos que hay dominios estructurales, que no vamos a cambiar, pero hace falta ignorarlos para poder seguir viviendo.

Somos una escuela de arte donde las escuelas son cada vez menos y les maestrxs no tienen garantías, un colectivo artístico en un lugar donde lo que falta es agua potable, una trinchera para seguir existiendo en un territorio olvidado, un comedor gourmet en donde la comida falta y a veces el mate tiene más azúcar que yerba (mate) para pasar el hambre y seguir. 

Belleza y Felicidad Fiorito es una ficción que a menudo habilita pensar que el futuro ya está aquí y que aunque lo que hagamos parezca insignificante es muy muy importante que lo sigamos haciendo, para no subordinar nuestras vidas al perpetuo presente al que nos depara el realismo. Belleza y felicidad Fiorito hace de la amistad, una forma de organización. Y en ese gesto, amplía lo posible. Aunque sea por un rato. Aunque nadie lo vea. Aunque parezca que no alcanza.

Imagen cortesía de la autora

Ocupação 9 de Julho: arquitectura afectiva de lo posible

¿Qué tipo de práctica imposible puede generar la reunión y el diálogo de diversos colectivos, conformando de esta manera un colectivo mayor? ¿Que tipo de ruptura y nueva amalgama aparece cuando quienes sirven la comida en una Bienal Internacional de arte contemporáneo son ocupas que llevan adelante un proyecto artístico, gastronómico, político, social y cultura, en un edificio central de la ciudad de São Paulo y se trasladan al corazón de la escena artística contemporánea en Brasil? 

Ocupação 9 de Julho es conocida por la ocupación de un edificio ubicado en la Avenida Nove de Julho, de donde deriva su nombre. Se trata de un edificio abandonado que fue ocupado por el movimiento para familias sin hogar y activistas comunitarios con el objetivo de asegurarse una vivienda digna y espacios para actividades culturales y sociales.

El movimiento de Ocupação 9 de Julho busca visibilizar la problemática de la falta de vivienda en la ciudad, así como promover la solidaridad comunitaria. Además de proporcionar vivienda, esta ocupación se ha convertido en un espacio de resistencia y organización social, donde se llevan a cabo actividades educativas, culturales y políticas.

Es importante tener en cuenta que las ocupaciones urbanas como Ocupação 9 de Julho a menudo están sujetas a tensiones con las autoridades municipales y propietarios de los edificios ocupados, lo que puede resultar en desalojos y conflictos legales. Que una institución de reconocimiento internacional como la Bienal de São Paulo les haya otorgado un espacio de visibilización y desarrollo contribuye a afianzar y fortalecer su movimiento de manera tal que no sea tan sencillo intentar desplazarlxs. 

Allí el arte no es excepción, no es evento. Es infraestructura vital. Dentro del edificio, en los subsuelos, los huecos de los ascensores en desuso, los baños o vestuarios del mismo y la escalera que desciende funciona la galería Reocupa. Se promueven y realizan exposiciones de arte de artistas renombrados, como también proyecciones de películas y otras actividades y programas públicos en torno a las exposiciones. Se hacen exhibiciones que permitan a lxs visitantes y a lxs habitantes de Ocupação a reflexionar al respecto de cuestiones que tienen que ver con problemas políticos del presente. Para ello desarrollan reuniones en las cuales se decide de manera colectiva qué mostrar, cómo mostrarlo y por qué hacerlo. Galería Reocupa cuestiona y desborda los  límites de lo que debe ser un espacio artístico. Un subsuelo en un edificio tomado, puede albergar grandes obras de arte, reflexiones y revoluciones (im)posibles. 

Ocupação 9 de Julho – MSTC en el Edifício 9 de Julho, Bela Vista, São Paulo, Brasil. Imagen vía Facebook

El proyecto Cozinha Ocupação, por ejemplo, es una cocina comunitaria que cada domingo prepara almuerzos para centenares de personas, y por cada plato de comida que vende, garantiza un plato (idéntico) de comida a una persona sin techo, al mismo tiempo que genera vínculos, saberes y afectos. Es definitivamente, una obra de la insurrección y una práctica que hace del cuidado una forma de insurrección.

Al mantener sus puertas abiertas, refuerza la necesidad recíproca de existir y devenir en comunidad, y no aisladxs de ella. En la entrada se encuentra un mural donde de la boca de una mujer negra, con el puño en alto, sale una bandera que dice «quem não luta tá morto».3 También se leen diversas frases escritas: «lute como uma mãe, lute como um sem-teto, lute como quem cuida, lute como quem sonha, lute como quem luta, lute como quem ama, lute como quem ocupa, lute como uma casa, lute como un lar, lute com carinho, lute com coragem, lute como mulher, lute como pretas, lute como um quilombo, lute como uma horta, lute com o coração”o mulher, lute como pretas, lute como um quilombo, lute como uma horta, lute com o coração».4

En 2023, esta cocina fue trasladada a la Bienal de São Paulo, sin dejar de funcionar ni un día en el edificio de Ocupacao. No como gesto de caridad, sino como intervención micropolítica, invitados como colectivo artístico, igual que Cabello Carceller o cualquier otro de los que participó de Coreografías de lo Imposible. En este movimiento, quienes suelen ser ignoradxs por la institucionalidad del arte fueron lxs mismxs que alimentaron a sus visitantes durante los 95 días que duró la Bienal. Una coreografía imposible, que trastocó los lugares asignados por la distribución social de lo posible. Y de esta manera, el acto de cocinar se volvió un gesto disruptivo. Y en esa disrupción se tejió una forma de hacer mundo. ¿Qué pasa cuando quienes “no tienen lugar” construyen uno nuevo dentro del centro mismo del arte contemporáneo?

Ocupação no representa una estética de la pobreza. No estetiza el despojo. Al contrario: lo revierte. Transforma lo descartado en comunidad, lo inhabitable en hogar. Rompe la dicotomía entre arte y vida, entre política y afecto. Desde la práctica, desde la transpiración. Desde el arroz compartido. Desde el cuerpo colectivo que se organiza para existir.

Aquí no se busca “visibilidad” ni “representación”. Lo que se busca es sobrevivir sin claudicar al deseo. Compartir herramientas, generar pensamiento común, sostener lo común. Ocupação 9 de julho no espera un futuro: lo cocina, lo saborea, lo cuida, lo abraza. Y en ese hacer cotidiano, feroz, amoroso, se revela lo que el arte puede ser cuando se desmarca de su función decorativa para volverse territorio. 

Ocupação 9 de Julho es un espacio que funciona como centro neurálgico de acción, cuidado, activismo, circulación cultural, y todo tipo de creación colectiva de respuestas a la siempre crecientes violencias interseccionales por motivos raciales, económicos, de géneros, clases que habitan lxs cuerpos de lxs sin techo en la ciudad de San Pablo. Digo respuestas creativas, porque en general cuando se trata de acciones de este tipo solo queda esa forma de acción, la de mezclar las herramientas posibles con todo aquello que nos han dicho que era imposible, o fantástico, para así poder crear otras realidades, otras verdades que nos permitan hacer lugar para formas de vida posibles en este mundo donde cada vez parece que hay menos posibilidades de existencia.

Vista de las obras de Cozinha Ocupação 9 de Julho – MSTC durante la 35 Bienal de São Paulo, Coreografías de lo imposible. Fotografía por Levi Fanan. Imagen cortesía de la Fundação Bienal de São Paulo

Seguir imaginando…

Y aquí me encuentro, en este lunes gris en Buenos Aires, donde empezó (al fin) a bajar la temperatura… Escribo desde el sur que también es un borde. Un margen que no quiere ser centro, porque aquí, el temido fin del mundo del que tanto escuchamos hablar en el “centro”, en el “norte global”, ya es un hecho, y desde ahí es que nos seguimos amontonando para imaginar más allá de lo que las estructuras institucionales nos permiten imaginar. 

En este sentido, las experiencias que recorro, son ejercicios de imaginación situada. Ensayos vitales que desobedecen la lógica de la utilidad, pero que no por eso se transforman en inútiles, más bien todo lo contrario. Proyectos que caben en los cuerpos que los sostienen. En las cocinas. En los talleres. En las mantas que abrigan. En los dibujos anónimos. En las respiraciones compartidas con otras especies.

No se trata de volver funcionales estas experiencias, ni de exigirles rendimiento. Se trata de defenderlas como lo que son: infraestructuras invisibles que sostienen vidas. Porque cuando todo colapsa, lo que nos salva no es lo espectacular, sino lo que —como el yuyito en la piedra— resiste lo adverso, sin agua, sin permiso, sin cuidado. Irrumpe. Crece. Insiste.

Porque si el colapso ya es un hecho, la imaginación no puede ser un lujo. Tiene que ser una herramienta, una práctica afectiva, una estrategia de vida. En un presente en donde los territorios físicos, los deseos, los cuerpos, las sensibilidades… han sido arrasados, la imaginación, la curiosidad, el pensamiento, la ternura son nuestra trinchera. 

Y en esa insistencia, el arte —cuando no renuncia a su potencia— puede ser refugio, borde, grieta, raíz. Puede, incluso, ayudarnos a vivir en donde se volvió imposible. Puede contarnos otras historias. Puede inventar mundos. Puede hacer lugar para que emerga lo que ya existe, lo que ya late, pero que hemos perdido la capacidad de atención.

Tal vez, se trata de eso, de crear complicidades sensibles frente al desastre. Formas de ternura organizada. Modos de seguir existiendo en medio del derrumbe, no para negar la catástrofe, sino para recordarnos que no estamos solxs. Que, incluso ahora, podemos seguir imaginando. 



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